Necesidad de música by George Steiner

Necesidad de música by George Steiner

autor:George Steiner [Steiner, George]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Crítica y teoría literaria
editor: ePubLibre
publicado: 2019-08-15T00:00:00+00:00


Dar testimonio

Reseña de Dmitri Shostakóvich, Testimony: The Memoirs of Dmitri Shostakovich. As Related to and Edited by Solomon Volkov, Nueva York, Harper & Row, XLI + 289 pp.

El aborrecimiento posee una voz poderosa, pero habla de manera monótona. Testimony: The Memoirs of Dmitri Shostakovich. As Related to and Edited by Solomon Volkov[01] (Harper & Row) vibra en un solo acorde. «Odio a Toscanini… Lo que le hace a la música es terrible… la convierte en un trozo de carne picada y luego la cubre con una salsa asquerosa». Prokófiev es un corrupto exhibicionista que «nunca aprendió a orquestar de manera correcta». Malraux está condenado por glorificar la construcción del canal del mar Blanco, en el que perecieron miles y miles de trabajadores esclavos. Feuchtwanger[02] era un lambiscón repugnante. Shaw difundió un hatajo de mentiras para glorificar la tiranía soviética. «¿Y qué hay de Romain Rolland? Me enferma pensar en él». En sus traducciones, Pasternak y Ajmátova cometieron un doble crimen[03]: «Por dinero y por miedo fingieron que algo existía. El segundo crimen fue contra su propio talento. Enterraron su talento con esta traducción». De todos modos, ¿qué sabía Ajmátova de música? Náusea sin fin; gris sobre gris.

Los hechos son, por supuesto, desoladores. «He llegado a creer que mi vida estaba repleta de tristeza y que sería difícil encontrar un hombre más miserable. Pero cuando empecé a repasar las vidas de mis amigos y conocidos, me horroricé. Ninguno tuvo una vida fácil o feliz. Algunos tuvieron un final espantoso, algunos murieron en medio de sufrimientos terribles y sería fácil considerar la vida de muchos de ellos como más miserable que la mía». Lazar M. Kaganovich, el camorrero favorito de Stalin, acude al famoso teatro vanguardista de V. E. Meyerhold. Al poco rato se sale. «Meyerhold, que tenía entonces más de sesenta y tantos años, salió corriendo a la calle detrás de Kaganovich. Kaganovich y su séquito se subieron al automóvil y partieron. Meyerhold corrió detrás del auto. Corrió hasta que se desplomó». No mucho después, el gran director murió asesinado en el Gulag. El mariscal Tujachevski, apuesto héroe de la guerra civil, despierta los celos de Stalin y es fusilado. «Cuando lo leí en los periódicos, me desmayé. Sentí como si me estuviesen matando, así de mal me sentía». El catálogo de torturas, muerte por inanición o suicidio es interminable. Pero es probable que la mayor humillación sea la supervivencia. En el mundo totalitario, se nos dice, la vida es «un gigantesco hormiguero en el que todos pululamos […] En la mayoría de los casos, nuestros destinos son malos. Somos tratados con dureza y crueldad. Y tan pronto como alguien logra trepar un poco más alto, está listo para torturar y humillar a los demás».

No es que Occidente esté mucho mejor. Una joven estadounidense viene a visitar al compositor. De repente, comienza a agitar los brazos y casi salta sobre la mesa, gritando «¡Una mosca, una mosca!». Los estadounidenses ni siquiera pueden enfrentar la existencia común. Y en la versión hollywoodesca de Anna Karenina, la trágica novela de Tolstói tiene a fuerza un final feliz.



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